Por: Mario Andrés Márquez B.
[dropcap background=»transparent» color=»#e71c34″ circle=»0″ size=»2″]H[/dropcap]ace un par de días, tras visitar una librería y adquirir algunos impresos, recordé momentos que en mi niñez me hicieron enamorarme de la educación, disfrutar el estar en las clases atento a lo que mis profesores me mostrarían, y todo gracias a un simple pero poderoso aroma: ¡un libro nuevo recién abierto!
Ese olor tan peculiar de inmediato me remitió a aquellos años en la primaria cuando, después de unos días de haber comenzado las clases, el maestro frente a grupo nos entregaba algo que para mí era mi tesoro en todo el ciclo escolar…
¡MIS LIBROS DE TEXTO!
De pronto, me observé alegre al recordar esos libros; y más allá de eso, en mi mente solo retumbaban ciertas imágenes: no eran imágenes, por ejemplo, que en la página 34 del libro de español de 3er grado se hablara de cómo conjugar los verbos en pasado, presente y futuro; ni el esquema del sistema solar en el libro de geografía de 4to grado de primaria (es más, realmente no recuerdo si en esas páginas de esos libros aparecen esas lecciones). No, eran imágenes que me sumergían en mundos que yo quería conocer, eran las imágenes de las portadas de mis libros de texto.
Y sí, ahora que lo reflexiono, esas imágenes de las portadas me llenaron de amor por mi educación y lo que mis profesores me enseñaban en las clases, y es que en una conversación para mi mismo me decía “si así comienza este libro, lo que hay dentro debe ser igual de fascinante” (algunas veces acertaba, otras realmente no).
Recuerdo que una de las tantas conversaciones que me hacía al inventarme historias como volar en “El Globo” de Ramón Cano Manilla mientras jugaba con aquel “Juguete de barro de Metepec” que me regaló Roberto Montenegro, correr entre esos ramos grandes de cempasúchil de “La Ofrenda” por Saturnino Hernán, y sobre todo verse descomponer una ventana gracias al “Fenómeno de la ingravidez” creada por la maravillosa Remedios Varo, era la de “Ojalá algún día pueda conocer a quien hizo estas imágenes tan bonitas aunque sea para agradecerle”.
Los años fueron pasando y esas ideas “locas” de conocer a alguno de esos artistas “de portada” se fueron difuminando. Sin embargo, mi esperanza de algún día conocer a un artista cuyo trabajo estuviera en uno de esos libros ¡jamás se esfumó! Creo que me aferré tanto a ese sueño de niño que por fin hoy conozco a un hombre de portada, un ser humano que en sus obras se encuentra plasmada “la mitología, el simbolismo y el ritual como fenómenos que se transforman en la sociedad contemporánea […] construida por referentes de corrientes como el surrealismo pop, arte callejero, marginal, muralismo mexicano, arte fantástico y la pintura de imaginación.” Este artista se llama Miguel Ángel Montaño Martínez, nacido en México en 1982, mejor conocido como “Poske”
Tuve la fortuna de cruzar mi camino con este hombre en los pasillos de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco (o “UAM Azcapo”) cuando ambos nos estábamos formando como Diseñadores de la Comunicación Gráfica, y donde de vez en cuando compartíamos una que otra palabra, saludo o desayuno con nuestros amigos en la cafetería de la Universidad.
Al terminar la carrera, mantuvimos contacto a través de las redes sociales y fue a través de ellas que comencé a conocer su trabajo como ilustrador, muralista y pintor; cada vez que lo veía me llevaba a esos viajes fantásticos gracias al surrealismo que maneja que, sumando a ella la experiencia de sus estudios y la enseñanza de sus maestros, le ha permitido a Miguel Ángel Montaño exponer sus obras en grandes recintos como el Centro Cultural Border, el Museo Adolfo López Mateos en Atizapán, o la Galería José María Vasconcelos del INBA.
Sus obras están llenas de misticismo, folklore, vida; yo las podría describir como un viaje a través de sueños atemporales de un México mágico, pues logra fusionar de una forma admirable tantos simbolismos de nuestra cultura de distintas épocas creando piezas donde conviven como si fueran de una misma era, y creo que se debe a que, como Poske (Miguel Ángel Montaño) expresa: “Mi procedimiento de trabajo se basa en la revisión de textos, investigaciones de lugares, documentos que narran y describen historias de la mitología, simbología e iconografía del arte de culturas antiguas.
Justo gracias a una de las redes sociales que me apoyan a tener contacto con él fue que me enteré que hace algunos años, su obra “El Organista“ fue utilizada por la editorial Tanimu como portada de su libro de texto de Habilidades básicas del pensamiento, lo cual celebré con alegría. Pero mi sorpresa y alegría se incrementó al leer en otra de sus publicaciones que la Secretaría de Educación Pública solicitaba el uso de otra de sus obras, “El Diálogo”, para engalanar la portada del libro de la materia Formación Cívica y Ética, Tercer grado.
Hoy, mi niño interior se siente agradecido por haberle cumplido un sueño y sobre todo el poder charlar de vez en cuando con un artista como lo es Poske.
“Mi obra busca crear un diálogo con el espectador a través de las imágenes y reflexionar en torno a la importancia y la función de la mitología en la vida cotidiana.” Y creo que es por ello que el trabajo de Poske es imperdible para quienes son amantes del surrealismo, el folklore y los viajes mágicos como yo. De Ecatepec para la SEP, él es Miguel Ángel Montaño, Poske.