“En la década del 90, a un economista especializado en el estudio de la tecnología se le ocurrió preguntarse por qué el shuttle, el transbordador de la NASA, tenía la capacidad que tenía. Resultó que los ingenieros de la NASA debieron atenerse a una restricción: que los cohetes de combustible sólido que propulsaban la nave pudieran entrar en los túneles de los ferrocarriles que los transportaban. La trocha de los trenes en EE. UU mide 1 metro y cuarenta y un centímetros. ¿Por qué esta medida arbitraria? Los ingleses habían copiado la trocha de su propio país, construida en su momento en base al ancho de los tranvías a caballo. Este tamaño, a su vez, se originó en los viejos caminos de carruajes, que copiaron en su momento el ancho de las vías romanas, que respetaban el espacio de dos caballos percherones. Es decir: la capacidad del Shuttle de la NASA dependió directamente de los caminos hechos para los percherones en la Antigua Roma.”
Si bien ya había escuchado esa anécdota antes, me quedé pensando… En economía y tecnología, este concepto se denomina Path Dependence o “dependencia del camino” y hace referencia a los condicionamientos de lo que ya existe sobre lo que se crea de nuevo. Por ejemplo, en programación, un sistema operativo, las actualizaciones, sistemas de organización de cualquier tipo… Básicamente, porque la mayor parte de las veces es imposible o demasiado costoso crear algo desde cero, por lo que trabajamos sobre lo que hay. Son muy pocos los académicos que estudian estas dependencias.
¿Y qué tiene que ver esto con educación? Eso mismo me pregunté yo: ¿Cuánto de lo que hacemos hoy en educación tiene que ver con la dependencia del sendero? Decidí explorar un poco más.
Haciendo una breve y muy simplificada historia, nuestros sistemas educativos fueron diseñados y estructurados a partir de la revolución industrial de finales del siglo XVIII. Era necesario ampliar el acceso a fin de disponer de mayor cantidad de mano de obra para satisfacer las crecientes necesidades de las diferentes industrias. La corriente intelectual imperante durante el siglo XIX fue el Iluminismo que dejó su impronta en dos cuestiones fundamentales: por un lado, en lo que se entendía por inteligencia, vinculada únicamente a cierta capacidad de razonamiento deductivo; por otro, el significado de aprender asociado a la acumulación de conocimiento.
A mediados del siglo XIX surge la educación pública, algo impensado hasta ese momento, marcada con los condicionamientos que expliqué más arriba. De las escuelas salían dos grandes categorías de personas: aquellos a los que les iba bien y se dedicaban a profesiones liberales y a quienes no les iba tan bien, que se orientaban al trabajo manual.
Sir Ken Robinson, en una de sus charlas TED explica cómo todo el sistema funciona como una gran línea de producción basada en 3 ejes:
- La idea de linealidad: pretendemos relacionarnos con el futuro haciendo lo que sirvió en el pasado, a la vez que les prometemos a los jóvenes que, si van a través del trayecto, hacen todo bien y terminan la universidad, tendrán un buen empleo y estabilidad. Y eso ya no es así. Sin contar que la vida no es lineal, sino orgánica.
- La conformidad: hemos desarrollados sistemas educativos estándar que asumen que la misma receta tiene que funcionar con todos los niños y que si no es así, el problema es del alumno.
- La agrupación de personas: ¿quién dijo que lo único que tienen en común los niños es la edad? ¿Quién dice que a una misma edad todos los niños y niñas deben desarrollar las mismas capacidades?
Todo lo anterior, en el momento en el que surgió, e independientemente de la valoración como bueno o malo que hagamos, tenía muchísimo sentido: el acceso a la información era sumamente difícil y costoso, además de que el saber era bastante permanente y fue la manera en que se vio como posible ampliar el alcance de la educación. El problema es que la mayoría de las ideas que dieron origen al sistema hace tiempo que prescribieron, aunque las seguimos replicando.
Un aspecto que me parece fundamental para repensar lo que hacemos, tiene que ver con el trabajo de Richard Buckminster Fuller. Es un arquitecto, inventor y escritor estadounidense que desarrolló la llamada Curva de duplicación del conocimiento, que ilustra gráficamente cómo el conocimiento de la humanidad se está duplicando a un ritmo vertiginoso. Hasta el 1900, la humanidad duplicaba todo su saber cada aproximadamente 100 años; en 1945, cada 25 años, en 1975, cada 12 años, actualmente se calcula que esa tasa no supera los 2 años. En unos pocos años, cuando haya avanzado un poco más lo que se conoce como “Internet de las cosas” (tendencia a que todos los objetos estén conectados a la red a través de sensores que recojan información de modo permanente), el mundo duplicará toda la información que posee cada 11 horas. Abrumador. Básicamente lo que estudiemos por la mañana, será obsoleto por la tarde/ noche. Sin embargo, nuestros sistemas educativos aún se basan en el paradigma “del saber” como valor fundamental.
Claramente, en el mundo que se viene (bueno, que ya está aquí), ya no será relevante el saber en sí mismo. La sociedad de cambio en tiempo real hacia la que nos dirigimos exige la flexibilidad para aprender a aprender como eje central: el desafío actual no consiste en acceder a la información, sino en filtrarla y distinguir la que es relevante y la que no. Necesitamos aprender a desarrollar nuestros talentos y construir redes de cooperación que favorezcan el trabajo en equipo y la inteligencia colectiva. En palabras de Ken Robinson, “no debemos aspirar a la evolución del sistema educativo, sino a su revolución”.
Y frente a este panorama ¿qué hacemos? Una posibilidad es, obviamente, esperar a que suceda una transformación del sistema educativo desde los diferentes gobiernos. Sería genial, pero lo veo poco probable. Básicamente porque este tipo de innovación implica abandonar las certezas de lo hecho hasta el momento y saltar al vacío de la incertidumbre, y pocos funcionarios están dispuestos a asumir el costo político que ese riesgo implica.
El segundo camino es más lento, pero a mi entender posiblemente más efectivo. Implica cambiar el foco de lo que hacemos dentro del aula.¿Qué vamos a priorizar: cumplir con “dar el contenido” o favorecer el desarrollo de los talentos?
Desde mi mirada, el contenido no debería ser más que una excusa para desarrollar habilidades y diferentes lógicas de pensamiento, identificar problemas y diseñar en equipo soluciones creativas para cada desafío. Personalmente creo que este es el camino: convertir el espacio de clases en un contexto para que cada alumno o alumna florezca, a su ritmo y según sus talentos y pasiones.
En ese camino, una buena forma de llevarlo a la práctica es conectar con quienes ustedes consideren han sido los maestros de sus vidas. Todos tenemos personas (maestros, profesores, algún familiar) que marcaron nuestra infancia o juventud con sus enseñanzas y habitualmente no fueron contenido, sino que nos mostraron algo fundamental de nosotros o nos abrieron mundos a los que éramos ciegos. Ese es el norte.
Considero que esta transformación es fundamental. Para que el futuro de nuestros niños y jóvenes no esté limitado al ancho del trasero de dos caballos percherones.